Todo está relacionado con nosotros
mismos. El entorno nos influye mediante su dimensión, luz, sombra, color, etc.
Nuestra condición es completamente dependiente del hecho de vivir en la ciudad
o en el campo, de si nos encontramos en una habitación grande o pequeña.
Nuestras reacciones ante estas
condiciones son en origen completamente inconscientes, y sólo las registramos
en casos especiales, por ejemplo el placer por un suceso o una feliz
circunstancia en nuestro entorno o las sensaciones de malestar.
Este debería ser nuestro punto de
partida: trasladar las reacciones inconscientes hacia la consciencia.
Cultivando nuestra capacidad para percibir estas condiciones y su influencia en
nosotros, al estar en contacto con el entorno, encontramos el camino hacia la
esencia de la arquitectura.
Si queremos estimular nuestra percepción
de la arquitectura, debemos comprender que la expresión arquitectónica en
cualquier circunstancia está en sintonía con la estructura social.
La esencia propia de la arquitectura
puede equipararse a las semillas en la naturaleza, de modo que conceptos obvios
en el principio de desarrollo de la naturaleza, deberían ser ideas
fundamentales en el trabajo arquitectónico.
Si se piensa en las semillas que se han
de convertir en plantas o árboles, todas las de la misma clase se convertirían
en el mismo organismo si las posibilidades de desarrollo no fuesen tan variadas
y si cada crecimiento no tuviese en sí mismo una capacidad de desarrollo libre
de compromisos. De semillas iguales bajo condiciones distintas surgen
naturalezas distintas.
Las condiciones en el tiempo en que
vivimos son completamente distintas a las de antaño, pero la esencia de la
arquitectura, la semilla, es la misma. El estudio de la arquitectura implica
dejarnos influir por ésta, e intentar descifrar la relación de las soluciones y
detalles con la época en la que están concebidas.
Para que el arquitecto pueda trabajar de
manera autónoma con sus medios debe experimentar, practicar como hace el músico
con sus escalas, practicar con masas, con ritmos creados por la agrupación de
masas, combinaciones de colores, luz y sombra, etc. Deben percibirlos
intensamente y desarrollar y poner en práctica sus cualidades.
Esto conlleva a un compromiso con los
materiales: se debe entender la estructura de la madera, el peso y la dureza de
la piedra, el carácter del cristal: el arquitecto debe fundirse con los
materiales y modificarlos y utilizarlos en armonía con su esencia.
Si se llega a comprender la esencia de
un material, tenemos la oportunidad de llegar a influir en la vida de una
manera mucho más concreta que a través de fórmulas y procesos matemáticos. La
matemática es una ayuda para el arquitecto a la hora de comprobar que lo que
supuso era correcto.
Es necesario tener una sana visión de la
vida. Entender el concepto de lo que significa caminar, sentarse y tumbarse
cómodamente, disfrutar del sol, la sombra, el agua contra el cuerpo, la tierra
y todas las sensaciones menores. El bienestar debe ser la base de la
arquitectura, si se quiere alcanzar la armonía entre el espacio que se crea y
lo que en él va a desarrollarse. Resulta simple y muy razonable.
Se necesita capacidad para poder
armonizar todos los requerimientos de un trabajo, capacidad para hacer que
crezcan juntos en una globalidad nueva, como sucede en la naturaleza.
La naturaleza no conoce compromisos,
acepta todas las dificultades, no como tales dificultades, sino como nuevos
factores que configuran una totalidad.
El camino para lograr una arquitectura
diversa y humana pasa por entender la inspiración que existe detrás de cada
expresión humana, por trabajar en base a nuestras manos, ojos, pies, estómago,
en base a nuestros movimientos y no en razón a normas estáticas y reglas
creadas estadísticamente.
Estar en contacto con el tiempo, con el
entorno, sentir la inspiración en el propio trabajo, resulta necesario para
trasladar nuestras necesidades a un lenguaje arquitectónico…

